Mi experiencia con el aborto (Voluntaria APEM)

A los quince años una mujer es aún una niña que debería estar soñando con el vestido de su fiesta de cumpleaños, pensando en qué carrera universitaria estudiará y jugando con sus amigas del barrio.

Crecí en un pueblo muy pequeño, en una familia pequeña con mis padres y un hermano tres años menor que yo, lo que me convertía en la niña de la casa, la consentida en quien sus padres tenían muchas esperanzas. Éramos una familia que pertenecía a una religión por tradición, siempre escuché hablar a mi mamá del Dios del cielo, del Dios Todopoderoso, Quien todo lo puede y al que todo le podía pedir, nunca tuve problemas son Su Deidad, sin embargo, no Le conocía como Padre Amoroso, Misericordioso, Sanador y Bondadoso.

Recuerdo que era una noche como cualquiera para mi familia pero, para mi estaba llena de angustia, incertidumbre, tristeza, vergüenza, intranquilidad y unos deseos enormes de llorar; mi madre me notaba extraña y me preguntó ¿qué te pasa hija?, a lo que yo contesté “no pasa nada” y bajé la mirada para que no notara mi nerviosismo; nos fuimos todos a la cama pero, unas horas después sin poder dormir, no aguanté y me levanté, los llamé y empecé a llorar; mis padres angustiados al verme así no sabían qué hacer, pensaban que era alguna enfermedad lejos de sospechar lo que estaba a punto de decirles: su niña, a la que hacía siete meses le habían celebrado con orgullo sus quince años en una maravillosa fiesta, estaba embarazada -de su novio quien apenas tenía diecisiete. En medio de mi llanto, sin poder soportar más el peso de mi conciencia les dije a mis padres: ¡perdónenme! Estoy embarazada.

Poco antes de cumplir mis quince tuve mi primer novio y aunque fue con el consentimiento de mis padres, mi personalidad tímida e insegura me llevó a tomar decisiones equivocadas con él, como la de entregarle mi virginidad y tener relaciones sexuales sin protección. Al poco tiempo tenía un atraso en mi menstruación y mi novio decidió que me hiciera la prueba de embarazo en un Laboratorio Clínico de un pueblo cercano al que vivíamos para no levantar sospechas (de alguna manera en los pueblos pequeños todos se conocen); yo sólo quería que todo fuera un mal sueño y que llegara mi período, pero no fue así, el resultado del examen fue “Positivo”. ¡Oh sorpresa! ¿Qué iba a hacer?, ¿cómo les contaría a mis padres?, se decepcionarían de mi y ¿qué pasaría con mi futuro, con mis estudios?,
¿cómo ser una mamá cuando yo aún era una niña?

Ahora, a pocos meses de graduarme de la secundaria, ya todos en mi familia y la de mi novio sabían de mi embarazo, mis padres estaban enojados conmigo y yo demasiado avergonzada, no pensaba, no sentía, entré en un estado de zozobra, difícil de describir; mi novio no decía nada, era su hermana mayor la que estaba dando la cara por él. Finalmente,
unos días después, mi madre manifestó que yo, su niña, no podía dejar de ir a la universidad por criar un hijo, mi cuñada conocía un lugar donde podían ponerle fin a esa “pesadilla” y todos podríamos seguir con nuestras vidas como si nada hubiera pasado, al fin y al cabo, nadie más se enteró y podía quedar en familia.

Así sucedió, acudí a esa Clínica con mi novio y su hermana, personas muy amables me atendieron, no sentí dolor, pero sí lloré mucho, regresé a casa donde estaba mi mamá esperando para cuidarme y que continuáramos como si nada hubiese pasado, sería un secreto del que nadie hablaría más.

El tiempo pasó, mi relación de noviazgo continuó, ingresé a la Universidad y todos felices, finalmente estaba haciendo las cosas como debía hacerlo la niña de la casa, una excelente estudiante y muy dedicada. No recuerdo bien cuánto tiempo había pasado, tal vez dos años, cuando volví a quedar embarazada, pero ahora ya sabía cuál era la solución, ni siquiera
tenía que contarle a mis padres, ya conocíamos el lugar donde estaba la solución; aunque en esta ocasión tuve malestares estomacales, de esos típicos que presentan las mujeres embarazadas, pero pude camuflarlo con los cuadros de gastritis que me daban con frecuencia, así que ni mis padres ni nadie más sospechó, fui a la misma Clínica, esta vez sólo con mi cuñada, no se requería mucho tiempo, sólo unas horas que podía esconder dentro de mi horario de clases para que mis padres no sospecharan, estuve igual de nerviosa, llorando, sin embargo, esta vez encontré la manera de esconderlo.

Mi noviazgo transcurrió por casi nueve años, los últimos con problemas de transgresión física, que también oculté a mi familia, pero, del que no me podía salir fácilmente. A mis veinte años quedé nuevamente embarazada, mi carrera universitaria iba a más de la mitad, mi relación con mi novio iba de mal en peor, cuando le dije que estaba embarazada se enojó mucho, me agredió y dijo que no se haría cargo, así que una amiga de la universidad sabía de unas pastillas efectivas para acabar con un embarazo de pocas
semanas y, esta vez esa fue la solución.

Escondí en mis más profundos recuerdos estas tres escenas de mi vida, jamás con nadie hablaría de ello; como crecí en una religión tradicional, sabía de la existencia de los Diez Mandamientos, que uno de ellos era “No matar” y de un Dios al que había que confesar nuestros pecados; así que, aunque yo trataba de esconder estos recuerdos, algo en mi conciencia me los traía a la mente una y otra vez. Fui a confesarme ante una autoridad
religiosa quien me mandó a repetir treinta veces el mismo rezo y a hacer un regalo a tres niños pobres, para recibir el perdón de Dios, lo hice tal cual, pero en mi corazón seguía sintiendo lo mismo, el dolor, la vergüenza, el pecado, la inmundicia, la tristeza y sobre todo la culpa no se fueron después de cumplir la penitencia. Encontré la manera de guardar muy profundo estos hechos, tanto que, si en algún momento algo me los traía a la mente,
rápidamente los borraba y continuaba.

Hace nueve años conocí y experimenté el amor de Dios en una manera muy profunda, conocí su misericordia y perdón; a mis treinta y dos años empecé una nueva aventura de caminar con Dios y entendí que siempre estuvo a mi lado, aunque yo no lo veía. Él comenzó a tratar conmigo cada área de mi vida, yo recibí su perdón por mis tres abortos, entendí que es tan grande su amor y su compasión y que Él no rechaza un corazón arrepentido. Finalmente, después de un largo proceso de sanidad me pude perdonar a mí misma por lo que había hecho, y eso me trajo más libertad. Dios usa todas las cosas para bien, y hoy que puedo compartir mi historia con tanta paz en mi corazón, veo su propósito en esto.

Acabar con una vida indefensa nunca será la solución, siempre hay un mejor camino, y opciones que son mejores tanto para la mamá como para el niño no nacido. Si te encuentras hoy con un embarazo que no planeaste, y no sabes qué hacer, te animo a buscar apoyo en los lugares correctos. Nuestras consejeras voluntarias están disponibles para conversar contigo hoy, contáctenos al +569 4553 7536, o escríbenos a contacto@apoyoparaelembarazo.cl.